Casualmente
me he encontrado conmigo mismo en par de noches absurdas, me encontré en mal
momento pero me alegra el descubrimiento. Una noche me fui a la soledad,
arrinconado, acostumbrándome a lo nuevo, a lo incierto, al largo proceso de
esperar.
Me enamoré
del silencio, del sonido de un corazón ultrajado, fui soñando los sueños jamás
soñados, nunca le di pausa a mis pensamientos. Me conocí bien distinto a lo que
era, me alegró detallar la falta de atención que desde ese momento me poseía,
descubrí que por muy mal que me sintiera, había una paz que me pedía la
entendiera.
Después del
destello de amor me conocí más calmado, menos obsesionado, hice como
golondrinas en tiempo de migración, volé muy alto sin caer, fui como un volcán que
hace poco ha erupcionado, tranquilo. Me permití flotar en mi mente, imaginar el
comienzo y el final, el desarrollo de la trama no fue tan importante como los
extremos, me agité y me calmé, sentí y
luego sentí menos, nunca dejé de hacerlo.
Luego, llegó
un punto donde recordar quien fuiste me molestó, pero luego hubo calma, entendí
lo tuyo y lo mío, siempre habrán intereses y como al final decidiste marchar,
lo único que hice fue respetar. Me imaginé lo pasado y caí a medio techo, nunca
te rogué, nunca iba a hacerlo, tú solo te fuiste y quisiste volver, pero yo no
vuelvo querida, nunca. Fue fácil eso.
Ahora es
fácil para mi no hablar de ti cuando estoy con mis amigos, ya no paseas por mi
mente sin querer, si se asoma tu cara en mi cabeza es porque te invoqué y te he
hecho y deshecho tantas veces… Que ya te olvidé.